malos hábitos en el piano

Cómo cambiar malos hábitos

Una práctica consciente es la mejor herramienta para prevenir la aparición de malos hábitos en el piano.

Dicho esto, es muy común que a lo largo de la trayectoria de aprendizaje de cada persona se formen malos hábitos de vez en cuando. Los hábitos son parte de nuestra naturaleza y es imposible tenerlo todo siempre bajo control.

Por eso me gustaría exponer el método que yo enseño a mis alumnos y que yo misma utilizo para cambiar malos hábitos.

Buenos hábitos y malos hábitos

¿Por qué funcionamos con hábitos?

El cerebro es de naturaleza perezosa y forma hábitos en cuanto puede para así funcionar en modo automático. Esto nos permite no tener que pensar y poder atender otros procesos (liberando parte de nuestros recursos mentales para poder usarlos en otra tarea) y así poder trabajar con más eficiencia.

Esto es fantástico ya que nos permite construir tarea sobre tarea de forma escalonada para poder prestar atención a aspectos de la práctica cada vez más refinados y complejos. Por ejemplo: una vez aprendidas las notas de una nueva partitura podemos concentrarnos con más claridad en la articulación y el fraseo.

Los hábitos tienen un lado oscuro y es que en ocasiones un hábito ya formado puede no estar beneficiándonos, por lo que nosotros mismos estamos jugando en nuestra contra. Estamos haciendo un mal uso de nuestros recursos. Por ejemplo: al adoptar una mala postura para tocar de manera habitual que nos impida movernos con libertad.

¿Cómo se forman los malos hábitos?

Todos sabemos lo que es tener malos hábitos. Evidentemente no los hemos escogido de manera consciente y sin embargo de algún modo han llegado a integrarse en nuestro modo de funcionar.

Los hábitos son comportamientos adquiridos que se forman por repetición. Esto es así tanto para los buenos hábitos como para los malos.

Un mal hábito en el piano se forma cuando reaccionamos sin querer a ciertos estímulos que se repiten. Normalmente no nos damos cuenta porque tenemos nuestra atención puesta en otra cosa (y es que tocar el piano es una actividad muy compleja).

Ocasionalmente, un solo evento basta para crear un hábito de forma permanente si coincide con una vivencia lo bastante profunda o emotiva. Por ejemplo: se puede crear un mal hábito como una fobia a tocar en público tras una sola mala experiencia; también se puede crear un buen hábito debido a un único momento de revelación en clase tras comprehender algo muy importante.

El ciclo del hábito

No está de más conocer la estructura de un hábito. Cada hábito tiene tres partes: disparador, rutina y recompensa (Duhigg, 2011).

  • Disparador: cualquier elemento que active su inicio. El cerebro anticipa la recompensa y se prepara para entrar en funcionamiento automático.
  • Rutina: comportamiento automático por el que se reconoce el hábito.
  • Recompensa: la razón (conocida o no) por la que el cerebro decide que este ciclo hay que repetirlo en el futuro.

ciclo del hábitoEl ciclo tiene una inercia propia. Una vez que has entrado resulta muy difícil interrumpirlo a menos que suceda algo excepcional que lo altere (externa o internamente).

En muchos casos tanto el disparador como la recompensa son difíciles de identificar ya que no son tan obvios como podríamos imaginar. A veces hay que indagar para poder descubrirlos.

Los hábitos no se pueden cambiar

Así es, los hábitos no se pueden cambiar… siento no haberlo dicho antes. Pero no te preocupes porque el propósito de este artículo sigue en pie.

Hablar de cambiar un hábito es una imprecisión del lenguaje, todos sabemos a qué nos referimos, pero la realidad no queda bien reflejada: los hábitos, una vez formados, son permanentes.

Querer cambiar un hábito solo puede generar frustración.

Los hábitos no se cambian, se sustituyen (o se cambian unos por otros, eso sí).

surco de los malos hábitosImagina que lanzas una bola desde la cima de una montaña nevada y a su paso deja un surco. Vuelves a lanzar otra bola desde el mismo sitio y el surco se ahonda más. Sigues lanzando bolas y haciendo el surco cada vez más profundo. Se hace evidente que pretender lanzar una bola y que ésta dibuje otro camino saliéndose del surco es una tarea imposible. Lo más sencillo para crear un nuevo camino seria lanzar la bola desde un lugar distinto.

Los viejos hábitos nunca mueren. Sin embargo podemos hacer que se debiliten hasta sacarlos de nuestra rutina diaria, tal vez para siempre.

Para continuar con la metáfora, si dejamos de lanzar la bola por el mismo sitio con el tiempo el surco se suavizara más y más, pero difícilmente llegara a borrarse completamente. Estos hábitos quedan olvidados pero latentes.

Por suerte, si lo sustituimos por otro más beneficioso y nos aseguramos de formar surcos bien profundos, no hay razón para que regrese.

Aunque esta labor lleva su tiempo, no sucede de la noche a la mañana.

Nuestro cerebro es de plastilina

Gracias a los avances de los últimos años en neurociencia hemos ampliado nuestra comprensión del cerebro con conceptos tan interesantes como la neuroplasticidad.

La neuroplasticidad es la capacidad del cerebro de cambiarse a sí mismo. Nuestro cerebro puede cambiar su propia estructura y funcionamiento por medio del pensamiento y la conducta (Doidge, 2007).

Este descubrimiento otorga al cerebro un potencial de adaptación extraordinario.

Cualquier pensamiento, emoción o conducta puede tener dos impactos distintos en el cerebro: o bien ahonda las vías neuronales (refuerza hábitos), o bien crea otras nuevas (establece nuevos hábitos). En ambos casos se está modificando la estructura y funcionamiento del cerebro gracias a la neuroplasticidad.

Así que, como va a suceder de todas formas, mejor vamos a responsabilizarnos nosotros en la medida de lo posible: tengamos nuestro propio cerebro DIY (hágalo usted mismo).

Podemos formar nuevos hábitos a cualquier edad

Mis alumnos más mayores a veces dudan de sí mismos y de su capacidad. Esto es muy frustrante para mí porque yo confió plenamente en su potencial de aprendizaje pero ellos se ponen un tope.

mapa-cerebro¿Entonces cuál es el tope? ¿Puede un perro viejo aprender nuevos trucos? Para empezar, este dicho no tiene ningún valor. Quienes estudian el cerebro saben que podemos formar nuevos hábitos a cualquier edad.

Hace años se pensaba que el cerebro era estático e inalterable. Se creía que nuestros genes condicionaban nuestra inteligencia. También se pensaba que nacíamos con un determinado número de neuronas y que estas se iban perdiendo con el paso del tiempo.

Estábamos totalmente equivocados. Ahora sabemos que el cerebro es un sistema dinámico, que los genes son importantes pero no decisivos, y que gracias a la neurogénesis se pueden generar nuevas neuronas hasta el último día de vida.

Es más, según la neuroplasticidad el cerebro está diseñado para mejorar con el uso (Gelb, Howell, 2011), (Restak, 2002).

Así que dejemos de lado las creencias limitantes y disfrutemos de nuestras capacidades.

Para ello nada mejor que cambiar un hábito consciente y deliberadamente.

El procedimiento para cambiar un hábito

Este es el paso a paso a seguir:

  1. Poner atención presente
  2. Recibir el mal hábito cuando aparezca sin resistencia.
  3. Reencuadrar el mal hábito (usarlo como recordatorio para enfocarnos en lo que queremos).
  4. Enfocarnos conscientemente en el nuevo hábito.
  5. Repetir cada vez que aparezca el mal habito

Creo que es un procedimiento sencillo y fácil de recordar que nos brinda un enorme potencial de cambio.

Ahora vamos a ver qué necesitamos para llevarlo a cabo, y los obstáculos que nos podemos encontrar.

Atención presente

Una vez establecida la decisión de cambiar un hábito lo primero que necesitamos es cultivar una actitud de atención presente, también llamada mindfulness. La atención presente nos permite ser conscientes tanto de lo que ocurre a nuestro alrededor como de lo que ocurre en nuestro interior.

Esto es un requisito para poder trabajar con hábitos ya adquiridos. El hábito se forma para poder funcionar en modo automático, o sea, sin nuestra supervisión consciente. Por eso necesitamos la atención presente para hacerlo visible de nuevo, para traer el hábito desde la parte inconsciente a la parte consciente de la mente donde podemos trabajar con él.

Aceptar la reacción emocional

Al cultivar la atención presente sobre lo que pasa en nuestro interior no siempre vamos a encontrar cosas que nos gusten. Por eso es bueno acompañarlo de altas dosis de tolerancia y amabilidad hacia nosotros mismos. El humor también es bienvenido.

Voy a usar un mismo ejemplo para explicar todo el proceso. Vamos a ver qué pasaría con el hábito de canturrear al más puro estilo Glenn Gould.

Imaginemos que de la noche a la mañana te encuentras con que tienes, cada vez más, una tendencia a canturrear mientras estudias o cuando tocas y que no puedes controlar ya que aparece por sorpresa cuando estas más metido en la música (si, a mí me ha pasado).

Vamos a echar un vistazo a lo que sucede en nuestro interior:

Estás tocando, practicando el comienzo de tu sonata (con atención presente) y de pronto, naaa-nana-naaa… Te sientes irritado porque ya estás de nuevo canturreando, tal y como ha venido pasando últimamente. Te dices a ti mismo -no, esto no lo quiero hacer- y sigues. Al poco otra vez, nannaaaaana, -¡que molesto!, venga, mutis por el foro- y sigues un rato más, pero llegas al crescendo que hay más abajo y nananaaaaAAA… pero… ¿otra vez?

Si, así de frustrante puede ser.

Frustrante, irritante, molesto…

Desmoralizante incluso.

Pero gracias a la atención presente podemos darnos cuenta de que lo que estamos haciendo realmente se parece mucho a darse cabezazos contra un muro.

También es interesante darse cuenta de las reacciones emocionales que tenemos hacia nuestros malos hábitos porque con ellas estamos alimentando el hábito haciéndolo más real, dándole más importancia de algún modo.

No son ni más ni menos que resistencias.

Cuando luchas por cambiar un hábito este se hace más persistente.

A lo que te resistes, persiste.

decía el psiquiatra suizo Carl Jung.

El mal hábito no nos gusta y por eso experimentamos rechazo o fastidio. Es natural, si sintiéramos indiferencia a lo mejor no querríamos cambiarlo.

Pero, ¿cómo cambiar un hábito sin luchar con nosotros mismos?

La respuesta es tan sencilla como desafiante: aceptándolo.

No podemos cambiar nada a menos que lo aceptemos.

(También de Carl Jung).

Aceptar un hábito que no te gusta no significa que vayas a sentir indiferencia ante él. Al aceptarlo lo único que sucede es que a pesar de que no te gusta lo aceptas, simple y llanamente. No hay que tener miedo a aceptar nuestros aspectos negativos ya que con ello no cambia nuestra objetividad sino tan solo nuestra reacción emocional.

Hay que aprender a aceptarlo por el simple hecho de que ya está pasando. Y hacerlo cada vez que aparece, una y otra vez.

Recibirlo con los brazos abiertos, sin resistencias.

Requiere esfuerzo mental, pero no lucha.

En mi experiencia he podido comprobar que tan solo efectuando este paso el hábito se presenta con menos frecuencia.

Si tienes problemas aceptando o no sabes qué clase de gesto interior debes realizar, simplemente inspira hacia adentro lo que sea que estas sintiendo o pensando (esto ayuda a darle espacio en tu experiencia) y al expirar déjalo ir y relájate.

Reencuadrar el hábito

Ahora tenemos que encontrar un buen hábito que sustituya al antiguo.

Es importante aquí prestar atención a las causas y hacer un poco de indagación. Si no lo ves claro pide consejo a tu profesor o a alguien en quien confíes.

Volviendo al ejemplo del canturreo, es posible que se deba a que estamos escuchando la música en nuestra cabeza y tratando de ser expresivos sin llegar a exteriorizarlo en sonido. Así que un buen habito para sustituir al antiguo seria escucharse más a uno mismo al tocar.

Por cierto, ésta es una de las habilidades más difíciles de adquirir incluso para los pianistas más avanzados, así que nunca está de más cultivar este hábito.

Cada vez que surja el mal hábito en nuestro campo de atención presente, le damos la bienvenida y suavemente nos enfocamos en el buen hábito que queremos que lo sustituya.

De este modo convertimos el mal hábito en el disparador del buen hábito, ¿no es divertido?

El mal hábito entonces pasa a ser un recordatorio, una oportunidad de crecimiento. Esto a su vez ayuda a experimentarlo sin rechazo.

Secuencia incorrecta:

Mal hábito → reacción emocional negativa → pensamiento tipo: “otra vez canturreando, esto no es lo que quiero”.

Secuencia correcta:

Mal hábito → no resistencia o aceptación → pensamiento tipo: “vale, estoy canturreando otra vez… pero lo que yo quiero realmente es escucharme más al tocar”.

Vamos a recordar otra vez los pasos a seguir:

  1. Poner atención presente
  2. Recibir el mal hábito con aceptación.
  3. Reencuadrar el mal hábito (usarlo como disparador del buen hábito).
  4. Enfocarnos conscientemente en el nuevo hábito.
  5. Repetir cada vez que aparezca el mal habito

Y veamos cómo se aplica a nuestro ejemplo del canturreo:

Así que estoy de nuevo estudiando la sonata. Manos separadas… ahora juntas, y de pronto… nanaaa-nanananaaaaa… anda, mira que bien, voy a practicar escuchándome más. Sigues practicando y al poco vuelve por la puerta de atrás: naaanana-naaaaa… aquí está de nuevo (lo respiro) me concentro en el sonido del piano y sigo, etc.

Nadar contracorriente

Puede parecer muy simple efectuar estos pasos, pero en la práctica no lo es tanto. Lo simple es seguir la inercia del hábito y no hacerlos.

Salmon_fish_swimming_upstreamYa hemos visto que el hábito nos libera de tener que pensar. Así que para poder “cambiarlo” hay que nadar a contracorriente. Hay que pensar en el momento en que menos nos apetece porque tendemos a caer en a la gratificación instantánea de la consecución del hábito.

Esto también es resistencia al cambio y sucede porque estas saliendo de tu zona de confort.

En este punto hay dos elementos que nos pueden facilitar mucho las cosas:

  • Por un lado aceptar toda sensación de resistencia, como hemos visto antes.
  • Por otro lado tener la motivación necesaria para seguir adelante.

Este último punto está relacionado con la recompensa que obtenemos por nuestros esfuerzos.

En mi caso, me gusta tanto el piano que el hecho de deshacerme de un hábito indeseado y de concentrarme en una cualidad que me gustaría alcanzar me da la motivación necesaria para continuar.

Para quien esto no sea suficiente es importante encontrar una recompensa externa que dé valor al esfuerzo invertido.

Descondicionando

La primera vez que llevamos a cabo los primeros cuatro pasos nos sirve para romper el hielo. A partir de ahí la repetición es la clave del éxito. Las prácticas de neuroplasticidad son acumulativas, cuanto más lo practicas mejor te vuelves haciéndolo.

Piensa que cada vez que lo practicas estas descondicionando el mal hábito y estableciendo el nuevo.

El mal hábito volverá a visitarnos, aunque lo hará cada vez con menos frecuencia. Cuando nos sorprenda su aparición tras una larga tregua, es bueno recordarnos que no es tanto una recaída como una oportunidad de descondicionarnos a niveles más profundos.

Si continuamos llegará un momento en que el nuevo hábito logre enmascarar al antiguo.

La psicóloga e investigadora Phillippa Lally encontró que algunos comportamientos toman 18 días para convertirse en hábitos, mientras que otros tardan más de 200. El promedio es de 66 días (Lally, van Jaarsveld, Potts & Wardle, 2010).

Yo prefiero no tener expectativas sobre cuánto tiempo necesitaré para así descubrirlo por mí misma. Aunque normalmente me toma bastante más tiempo del que me gustaría y creo que nos pasa a todos.

Desaprender un hábito es también un aprendizaje en sí mismo, y por tanto no es un proceso lineal. Para más información sobre este tema visita este artículo: el aprendizaje no es lineal. Comprenderlo nos ayuda a distanciarnos y a ver el proceso como un todo, minimizando los momentos de desánimo y frustración.

Quiero terminar con esta frase tan inspiradora:

Somos lo que hacemos repetidamente. La excelencia, entonces, no es un acto; es un hábito.

Aristóteles

We are what we repeatedly do. Excellence, then, is not an act, but a habit.» – Aristotle)

Referencias y bibliografía:

Duhigg, C. (2011). «How Habits Work: From the appendix to The Power of Habit». From: http://charlesduhigg.com/how-habits-work/

Doidge N. (2007). «The Brain That Changes Itself: Stories of Personal Triumph from the Frontiers of Brain Science». Penguin Books. New York.

Gelb M. J., Howell K. (2011). «Brain Power: Improve Your Mind as You Age». New World Library. California.

Jeffrey M Schwartz, M.D. [Happy & Well]. 28 feb.2016. «The neuroscience of habit with Dr Jeffrey Schwartz at Mind & Its Potential 2015» [Archivo de video]. From: https://www.youtube.com/watch?v=S0-NmxR3Lcg (accessed 10/04/2016).

Lally, P., van Jaarsveld, C. H. M., Potts, H. W. W. and Wardle, J. (2010). «How are habits formed: Modelling habit formation in the real world». Eur. J. Soc. Psychol., 40: 998–1009. doi: 10.1002/ejsp.674

Restak R. (2002). «Mozart’s brain and the fighter pilot: Unleashing your brain’s potential» Three Rivers Press. New York.

 

vida tras una lesión en el piano

Diario de una lesión en el piano (continuación)

Parte II

(La parte I del artículo «Diario de una lesión en el piano» puedes encontrarla aquí).

No acabé la carrera pero tampoco quise rendirme.

Creía firmemente que una lesión en el piano como la mía era algo reversible, que podía volver a tocar de nuevo. Incluso habiendo agotado todos mis recursos, una vida de búsqueda me parecía más tolerable que renunciar. Aunque, dada mi situación, ante mí se abría un gran abismo de incertidumbre.

Seguí trabajando en mi recuperación, pero al menos esta vez sin presiones por exámenes, ni repertorios de gran exigencia. Podía ir a mi ritmo y eso era un punto a mi favor. Así que seguí leyendo todo lo que caía en mis manos sobre el piano; sobre el cuerpo, viendo videos de grandes concertistas; consultando a otros pianistas y dejándome guiar por sus consejos. Me convertí en mi propio conejillo de indias, experimentando cada hallazgo por mí misma. Estaba abierta a todo, y obviamente de todo encontré. Pero el tiempo pasaba y al margen de algunos altibajos no había una mejora significativa.

Cierto día, por pura casualidad, encontré en internet un documental sobre una profesora americana que había desarrollado un enfoque sobre la técnica basado en los principios biomecánicos del movimiento. ¡Y fue todo un descubrimiento! No solo llevaba a quien la estudiaba a adquirir una técnica brillante y libre de esfuerzo , sino que además se aplicaba con éxito en la rehabilitación de pianistas con lesiones y problemas derivados de la práctica del piano. La profesora era Dorothy Taubman, una mujer con acento de Brooklyn de carismática y exuberante personalidad.

El documental se llamaba «Choreography of the Hands: The Work of Dorothy Taubman» (Taubman Institute 1986), («La coreografía de las manos: La labor de Dorothy Taubman»). Está disponible en este enlace con subtítulos en español.

A lo largo del video se mostraban testimonios de pianistas que habían sufrido una lesión de este tipo, y emocionada, me reconocí en cada una de las historias. Lo asombroso para mí era que todos ellos habían logrado recuperarse. Conforme lo veía iba oscilando entre la curiosidad y la incredulidad. Pero no podía negar que muchas de las ideas de esta profesora llamaron poderosamente mi atención. Por ejemplo, hacía afirmaciones como las siguientes:

  • Cuando un estudiante no logra desarrollar la destreza necesaria para tocar el piano, se asume erróneamente que es por falta de talento, en lugar de por falta de conocimiento.
  • Es trabajo del profesor encontrar los medios para que el alumno obtenga los resultados deseados.
  • El piano es accesible para cualquiera que logre entender los principios del movimiento coordinado.
  • Tocar el piano correctamente es una actividad físicamente placentera y debería sentirse como algo eufórico.

La Sra. Taubman había desarrollado su enfoque tras años de observación y estudio, logrando sintetizar de manera simple y clara los principios del movimiento coordinado que subyacen a la técnica de piano.

Quería saber más. Durante los meses siguientes busqué más información, pero pronto entendí que, por mucho que leyese, todo esto era demasiado complejo como para ponerlo en práctica por mí misma. Para hacerme una idea clara necesitaba un profesor. Así que entré en contacto con a una profesora cualificada que viaja a España con regularidad y tan pronto como fue posible recibí mis primeras clases.

La experiencia no me decepcionó. Este primer encuentro me abrió a una perspectiva totalmente nueva sobre la técnica de piano. La profesora me explico algunos de los principios del movimiento coordinado que se deben respetar: me enseñó como mantener la mano en su posición natural en todo momento, sin curvar los dedos y sin abrirlos de manera forzada; también que los dedos, la mano y el brazo funcionan juntos como una unidad; y que lo más eficiente es mantenerse siempre dentro del rango medio de movimiento de las articulaciones. Todo expuesto con una gran lógica.

Eso me hizo entender hasta qué punto había estado forzando mi cuerpo a funcionar de un modo para el que no está diseñado. Lo irónico de todo esto es que durante años había practicado incontables ejercicios que contradecían todos estos principios, ya que la mayor parte de los métodos tradicionales para desarrollar la técnica son así (Hanon, Czerny, Pischna, etc.).

No es de extrañar que este enfoque provoque cierta polémica: si los principios de la Sra. Taubman son correctos gran parte de los fundamentos de la técnica de piano tradicional están equivocados (Golandsky, 2012).

Pero mi situación estaba más allá de polémicas. Volver a tocar, o no volver a tocar, ¡esa era la cuestión! Esta  profesora era la única persona que me había dado una evaluación precisa de lo que hacía con mi cuerpo al tocar. Y ciertamente a mí me fascinaba su capacidad de diagnóstico ya que a veces las correcciones eran tan minúsculas que a un ojo no entrenado se le escaparían, y sin embargo desde dentro estas diferencias se sentían con una gran claridad. Pero lo que ganó definitivamente mi confianza fueron los buenos resultados que poco a poco iba experimentando al trabajar de este modo.

El gran inconveniente era que vivíamos en países diferentes y solamente podía recibir clases dos o tres veces al año. Pasaba demasiado tiempo sin la supervisión necesaria y el avance era lento. Si quería estudiar este enfoque en serio no me quedaba más opción que continuar las clases por videoconferencia, y no veía muy claro que esto fuera a funcionar. Por esta razón no llegaba a comprometerme.  Quizá estaba esperando a tener la certeza de que esta vez sí podría recuperarme. Pero no había certezas, todo dependía de mí. Fue un momento delicado ya que mis dudas y temores se acentuaron como nunca. Hasta que, sin pruebas ni garantías, sabiendo que si había alguna posibilidad de recuperarme nacería de mi propio compromiso, finalmente me decidí a estudiar el Enfoque Taubman en serio.

No es tarea fácil aprender piano a distancia, y más tratándose de movimientos complejos que requieren gran precisión. Pero debo decir que fue posible gracias, en gran medida, a la maestría y experiencia de la profesora, capaz de guiarme de este modo de manera impecable.

Con el tiempo fui descubriendo muchas cosas: comencé a comprender los principios anatómicos y biomecánicos del cuerpo y gracias a esto todos mis problemas se iluminaron uno tras otro y pude ver las causas, muchas veces encubiertas, que los provocaban. Las piezas del rompecabezas comenzaban a encajar.

Cada vez que lograba incorporar un nuevo elemento de este enfoque a mi técnica se producía un salto cualitativo sorprendente.

Al fin se me brindaban las respuestas que tanto había ansiado a lo largo de mi carrera. Ahora sé que esas inseguridades que manifestaba durante muchos años eran legítimas y que existían los medios para abordarlas y solucionarlas. Fue penoso darme cuenta de que muchos de mis problemas habían sido originados por desacertados consejos de algunos de mis profesores que yo había seguido al pie de la letra y sin cuestionar. Esto lo digo sin ningún amago de reproche (aunque sí cierta tristeza). No hay culpables cuando la responsabilidad se diluye en una cadena de buenas intenciones.

El dolor de mi brazo también se fue mitigando y al mismo tiempo los periodos de mayor malestar se fueron espaciando cada vez más. Además, conforme mis movimientos recobraban su naturalidad perdida el tocar se volvió un acto mucho más placentero. En ocasiones me evocaba las sensaciones que tenia de niña al tocar. En cierto modo este nuevo aprendizaje que estaba experimentando era también un camino de vuelta. Conforme me iba desprendiendo de todas esas capas de tensión y descoordinación aprendidas podía reconocerme cada vez más en mi forma de tocar. Era un reencuentro conmigo misma a través del piano; tal vez esta había sido la otra cara de mi búsqueda.

Nueve años transcurrieron desde que experimente mis primeros síntomas de dolor. Fueron nueve años de búsqueda y de incertidumbre, de anhelo y sufrimiento, hasta que al fin pude decir que había puesto punto y final a esta aventura. Solo dos años después de haber decidido estudiar en serio el Enfoque Taubman pude volver a tocar repertorio de gran exigencia sin dolor ni molestias y conseguí superar mi examen de final de carrera.

La reeducación no es un proceso fácil, suceden muchos altibajos, pero los momentos buenos terminan por imponerse a los malos, y a día de hoy disfruto del piano como nunca.

No solo puedo tocar sin dolor ni restricciones, sino que mi técnica es mucho más sólida que antes: las escalas, octavas y trinos ya no me suponen una limitación, estudiando menos obtengo mejores resultados, y como curiosidad, ni siquiera necesito calentar antes de tocar. Además disfruto muchísimo más de la enseñanza ya que mis alumnos también se benefician de todo lo que he aprendido. Viendo lo que me ha aportado el Enfoque Taubman y sabiendo que mucha gente podría beneficiarse de su estudio, me resulta incomprensible que aun a día de hoy sea tan poco conocido en Europa.

Mi intención al contar mi historia es la de validar la experiencia de aquellos que estén pasando por una situación parecida. Tres de cada cuatro músicos es una cifra muy alta y esconde mucho sufrimiento detrás. Claro que, hay muchos tipos de lesión dependiendo del grado de severidad, y que para algunos solo supone un contratiempo que se soluciona con un poco de descanso, pero para otros puede suponer el final anticipado de una carrera a la que se han entregado con gran vocación.

Pero quiero decir que la reeducación es una solución y es perfectamente posible. A veces solo es necesario cambiar algo que está funcionando mal para que todo vuelva a la normalidad, otras veces el lío es tan grande que lo mejor es reaprender ciertos aspectos de la técnica desde lo básico. Pero no es un proceso tedioso, sino interesante y esclarecedor. Y todo esfuerzo invertido es recompensado con creces.

Así que lo afirmo con mi mayor convicción: con la ayuda de un profesor cualificado, práctica deliberada y resolución interior la reeducación es posible.

Referencias:

Golandsky, E. (2012). Why do some people find the Taubman Approach controversial?. From: https://ednagolandsky.com/2012/07/01/why-do-some-people-find-the-taubman approach-controversial/ (accessed 05/04/2016).

Taubman Institute (1986). Choreography of the hands: The work of Dorothy Taubman.
Amherst, MA: Sawmill River Productions. From: https://youtu.be/suwdLaYBaAs (accessed 01/04/2016).

La coreografía de las manos: La labor de Dorothy Taubman

Esta es la primera parte de un documental sobre el Enfoque Taubman para piano titulado «Choreography of the Hands: The Work of Dorothy Taubman» (Coreografía de las manos: La labor de Dorothy Taubman).

Dorothy Taubman fue una pianista y pedagoga americana que durante más de 60 años desarrolló un método para tocar el piano con gran facilidad, libre de tensiones, fatiga o dolor.

Combinaba una comprensión profunda de los aspectos anatómicos y fisiológicos del cuerpo junto con un amplio conocimiento sobre las posibilidades mecánicas del piano.

Su sistema es una de las aportaciones más importantes del siglo XX a la pedagogía del piano.

Decía cosas como lo siguiente:

El cuerpo es capaz de cumplir con todas las exigencias pianísticas sin quebrantar su naturaleza si se utiliza del modo más eficiente; el dolor, la inseguridad y la falta de control técnico son síntomas de una mala coordinación más que de una falta de practica, inteligencia o talento.

“The body is capable of fulfilling all pianistic demands without a violation of its nature if the most efficient ways are used; pain, insecurity, and lack of technical control are symptoms of incoordination rather than a lack of practice, intelligence or talent”.

Dorothy Taubman

He añadido subtítulos en español para hacerlo accesible a quienes no hablan inglés. (Si los subtítulos no se muestran por defecto actívalos de forma manual).

Referencias:

Taubman Institute 1986. Choreography of the hands: The work of Dorothy Taubman.
Amherst, MA: Sawmill River Productions. From: https://youtu.be/suwdLaYBaAs (accessed 01/04/2016).

Vivien Schweitzer. April 16, 2013. Dorothy Taubman, Therapist for Pianists, Dies at 95. The New York Times. From: http://www.nytimes.com/2013/04/17/arts/music/dorothy-taubman-95-dies-helped-pianists-avoid-injuries.html (accessed 01/04/2016).

lesion en el piano

Diario de una lesión en el piano

Parte I

¡Cómo es posible que una lesión en el piano pueda cambiarte tanto la vida!

Tres de cada cuatro músicos desarrolla una lesión a lo largo de su vida* (López, 2014). Yo soy una de esas tres “afortunadas”, esta es mi historia:

A lo largo de mi carrera de piano, con frecuencia he experimentado limitaciones técnicas que no era capaz de superar a pesar de lo mucho que estudiase. Por ejemplo, no conseguía rapidez y uniformidad en las escalas, sentía cierta fatiga en los pasajes de octavas y también falta de fluidez en los trinos y trémolos. No eran molestias ni muy grandes ni muy evidentes pero me hacían sentir insegura de mi forma de tocar.

Al comentarlo con mis profesores no solían comprenderme o le quitaban importancia. Lo curioso es que a pesar de esas incomodidades conseguía buenos resultados, ¿de qué me quejaba entonces? Francamente yo misma llegué a dudar de mis propias percepciones y terminé por creerme lo que todos me decían: que no tenía ningún problema técnico y que tocaba bien. Pero para creerlo tuve que dejar a un lado mi intuición sin saber que algún día pagaría un alto precio por ello. De este modo seguí adelante con mis estudios.

Pero la inseguridad seguía estando ahí y vino a manifestarse en mi actitud a la hora de tocar en público: comencé a sufrir miedo escénico, que por otra parte se convirtió en el perfecto chivo expiatorio: por fin podía echar la culpa de lo que me pasaba a algo concreto. Y es que los problemas técnicos que sustentaban esta inseguridad parecían de naturaleza intangible. Yo sentía una falta de conexión con el instrumento, como si tocar no fuera algo natural para mí. Sentía que dejaba muchas cosas al azar, que no era lo bastante consistente en cuanto a los resultados, pero era incapaz de concretar el por qué.

Las tensiones compensatorias falsean la sensación de control en el instrumento, pero tarde o temprano presentan sus propias barreras infranqueables.

Con el tiempo achaqué estas limitaciones a una característica personal debida tal vez a mi constitución física o peor aún, a una inconfesable falta de talento. Aunque como digo, traté de ignorarlo y seguí adelante como pude. Pero conforme el repertorio se hacía más exigente mi forma de tocar se volvió más tensa y rígida. Esto sucedió de manera muy gradual e imperceptible ya que en cierto modo las tensiones compensatorias que había adquirido falseaban la sensación de control en el instrumento, pero estas tensiones tarde o temprano presentan sus propias barreras infranqueables.

Y así es como llegue a los estudios superiores, donde comenzaron mis problemas serios. Cuando aparecieron los primeros síntomas yo estaba atravesando una época de estrés que tal vez influyó como desencadenante. Por lo demás, recuerdo que era un día de estudio como otro cualquiera cuando comencé a notar en mi mano derecha una alarmante incapacidad para tocar de manera fluida, como si careciera de estabilidad en el brazo y no supiera como mantenerlo en su posición. En ese momento tuve la fulminante certeza de que algo iba muy mal. Y aun fue peor cuando en los días siguientes también empecé sentir dolor en el hombro y el cuello y entumecimiento en el codo.

¡Sorpresa y confusión! No entendía lo que me estaba pasando. Teniendo tanto que estudiar no podía permitirme estar así. ¿De dónde venía esto? ¿Cuándo tardaría en recuperarme? Descansé unos días y luego retomé el estudio con cuidado, llevando a cabo un mayor autoanálisis; estudiando más atenta, más despacio, relajándome entre cada nota. Voluntad no me faltaba pero pronto descubrí que era inútil: todos mis intentos desembocaban en las mismas sensaciones desagradables una y otra vez, y luego en más tensión y más frustración. Y ante mi asombro la relajación no ayudaba, cuanto más relajada estudiaba más tensa y descontrolada se volvía mi forma de tocar. Me sentía perdida. Y para colmo en clase me iba cada día peor.

Consulté a varios médicos y especialistas que no me dieron un diagnóstico claro y mucho menos una solución, aunque uno de ellos me sugirió que lo mejor sería olvidarme del piano y buscar otra ocupación.

Con gran obstinación seguí adelante. Busqué nuevos recursos: empecé a leer muchos libros sobre el piano y la técnica, me coloqué unos espejos para estudiar, tomaba notas guiada por mis propias sensaciones y reflexiones, preguntaba a todo el mundo… mi búsqueda era constante. Por supuesto, al mismo tiempo consulté a varios médicos y especialistas, pero ninguno me dio un diagnóstico claro y mucho menos una solución. Aunque uno de ellos me sugirió que lo mejor sería olvidarme del piano y buscar otra ocupación.

Probé distintas técnicas de relajación, meses de fisioterapia y masajes, varias sesiones de osteopatía; tomé antiinflamatorios y relajantes musculares; llevé durante un tiempo un dispositivo en el codo que debía reducir la inflamación: nada de esto funcionó. También estudié por un par de años la Técnica Alexander, que me resulto tremendamente beneficiosa, pero no logró llegar al fondo del problema.

Las lesiones son un tema tabú para los músicos (Stenger, 2015), no se suelen admitir abiertamente si no hay una evidencia, ya que enseguida se asocia la lesión a una mala técnica, y la mala técnica a una falta de talento.

Mientras tanto sufrí una gran incomprensión por parte de mi entorno. Profesores y compañeros que me decían que era algo psicológico, que le restaban importancia o que directamente no podían creerlo. Y aunque la intención podía ser buena, no me sentía reconfortada sino invalidada cada vez que hablaba de ello. Las lesiones son un tema tabú para los músicos, existe cierta vergüenza ligada a este tipo de problemas: no se suelen admitir abiertamente si no hay una evidencia, ya que en seguida se asocia la lesión a una mala técnica, y la mala técnica a una falta de talento.

Pero yo sentía que no era una falta de talento sino una especie de lio en el que me había metido, si es que esto significaba algo. Por eso seguí luchando por entender, por recuperarme… o por que ocurriese un milagro; ya que de hecho nada funcionaba y yo cada vez estaba peor y parecía dar palos de ciego.

Con el tiempo, el dolor pasó a ser crónico y ya no mejoraba ni con largos periodos de descanso sin tocar. Además, interfería en mis actividades diarias, como escribir, cocinar o el cuidado personal. A veces sentía hormigueos y espasmos, pero por lo general era un dolor sordo que se extendía desde la oreja hasta el costado del cuerpo y que en algunas ocasiones se volvía intolerable. Llegó un momento en que tan solo sostener las manos sobre el teclado me suponía un esfuerzo insoportable. Incluso la partitura más sencilla se volvió un reto imposible para mí.

Finalmente, abandoné mis estudios superiores a un solo examen de acabar la carrera.

Continuará…

(Puedes encontrar la parte II aquí).

Referencias:

* «La prevalencia de dolor y/o trastornos musculoesqueléticos es de 62.5%-89.5%»

López M., A. (2014). «Análisis de la presencia de dolor y/o trastornos musculoesqueléticos en músicos instrumentistas profesionales». Universidad Pública de Navarra

Stenger J. (2015). “Lesiones musculoesqueléticas asociadas a la interpretación musical: su comprensión y clínica. Una exploración situada en la psicología”. Universidad de la República