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Los grandes pianistas también se lesionan

Hace un par de semanas el famoso pianista Lang Lang publicó un comunicado en sus redes sociales en el que explicaba las razones por las que había decidido cancelar todas sus actuaciones por un periodo de un mes y medio. Este fue el comunicado:

“Lang Lang lamenta anunciar que se ve obligado a cancelar sus actuaciones hasta finales de junio debido a una inflamación en su brazo izquierdo. Bajo la recomendación de su médico, Lang Lang se tomará este tiempo para descansar y permitir que su brazo sane para poder recuperarse completamente.”

Y hoy mismo ha publicado un video en su cuenta de Facebook en el que explica que está iniciando un tratamiento de recuperación en Europa con un gran médico, y que se siente muy optimista y deseoso de empezar.

Me sorprendió mucho ver que Lang Lang había decidido hacer pública la razón de estas cancelaciones. Para mi es todo un gesto de humanidad, fortaleza y carácter.

Espero y deseo que tenga una recuperación completa en este periodo de descanso y que tras esto pueda continuar con su ritmo habitual de conciertos y actuaciones.

Un alto riesgo para los músicos

Desgraciadamente las lesiones son muy frecuentes entre músicos. Las estadísticas hablan: el 60%-80% de los músicos desarrolla algún tipo de lesión relacionada con su instrumento en el transcurso de su vida. Además conviene tener en cuenta que estas estadísticas no suelen llevar un seguimiento de los músicos que han abandonado su carrera o profesión justamente debido a una lesión.

El riesgo es alto, y las lesiones afectan a músicos de todo tipo: tanto a profesionales como a amateurs, a pianistas consagrados como a estudiantes. La causa común: tocar un instrumento.

Las lesiones son un tema tabú y a los músicos en general no les gusta hablar de ello. En el caso de músicos concertistas puede haber muchas presiones en juego. ¿Quién se atrevería a contratar a un músico si existe el riesgo de que pueda cancelar su actuación? Hablar de lesiones puede crear cierto estigma.

En palabras del pianista Gary Graffman:

«Los problemas de las manos de los instrumentistas, lo mismo que las enfermedades sociales, son innombrables. Es comprensible: para un intérprete que sigue actuando o espera regresar pronto a los escenarios, sería de locos anunciar sus discapacidades. Nadie quiere un pianista dañado cuando hay una oferta abundante de pianistas saludables. Admitir las dificultades es como saltar, sangrando, en aguas llenas de pirañas».

En medio de un panorama como éste, la decisión de Lang Lang de hacer público su estado me parece admirable. Aun más, sabiendo que tantos jóvenes pianistas de todo el mundo tienen los ojos puestos en él.

Su mensaje contribuye a crear conciencia sobre los problemas musculo-esqueléticos y cómo estos pueden afectar a cualquier músico.

La falta de sensibilización ante las lesiones

En general, aún a día de hoy existe una gran falta de comprensión y sensibilización sobre el problema de las lesiones en músicos.

No se entienden bien las causas que las provocan (aún se habla mucho más de sobreuso que de mal uso). Tampoco se saben reconocer las señales tempranas que pueden desencadenarlas.

Existe poca formación y preparación en base a los principios anatómicos y biomecánicos que acompañan a una técnica saludable. El saber cómo tocar trabajando a favor del cuerpo, y no en su contra.

Debido a este desconocimiento se mantienen formas de práctica y rutinas de estudio poco recomendables. Tampoco se cuestionan los aspectos más contradictorios de la enseñanza tradicional.

Además, con frecuencia se suele poner la atención en el lado artístico excluyendo el aspecto físico de tocar, cuando en realidad ambos aspectos deberían estar interconectados.

Mucha gente desconoce que cuando hablamos de lesiones no se trata solamente de dolores y molestias. Estos trastornos, si se dejan sin tratar, pueden poner fin a la carrera profesional de un músico e incluso hacerle perder parcial o completamente el uso de la extremidad implicada. Y eso sin contar con el daño emocional y psicológico que todo esto conlleva.

A pesar de todo, ha habido una importante toma de conciencia en las últimas décadas de la que podemos estar agradecidos. A día de hoy una lesión es un problema reconocido que tiene solución si se trata a tiempo. Pero no siempre ha sido así.

El avance logrado en el reconocimiento de las lesiones

En los años 60 y 70 muy poca gente había oído hablar de las lesiones de los músicos. El hecho de que un músico pudiera lesionarse tocando su instrumento era una idea muy controvertida.

Eran malos tiempos para sobrellevar una lesión. No había ninguna información disponible sobre el tema, ni médicos que comprendieran la naturaleza del problema. Los músicos que las padecían lo mantenían en secreto.

Hasta que dos pianistas cambiaron la forma de ver las cosas haciendo pública la situación que sufrían:

Leon Fleisher
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Leon Fleisher

En 1964 el pianista Leon Fleisher que por entonces tenía 36 años perdió misteriosamente el uso de los dedos 4 y 5 de la mano derecha en un periodo de diez meses. Los médicos a los que acudió no daban con ninguna solución. Esta situación le obligó a abandonar su carrera de concertista.

En un principio, aunque no lo ocultó, tampoco habló mucho de ello públicamente. Cansado de escuchar que el problema estaba en su cabeza y no en sus manos y sin esperanza de volver a tocar, cayó en una profunda depresión.

La pérdida de la capacidad de tocar es un trauma de gran magnitud para la vida de cualquier músico. Fleisher lo expresaba así:

“Cuando los dioses quieren cogerte, saben dónde golpear: el lugar que te dolerá más que ningún otro.”

Gary Graffman

En 1979, otro celebrado pianista, Gary Graffman, que por entonces tenía 51 años, también tuvo que abandonar su carrera de concertista. El motivo fue la pérdida progresiva de su habilidad de tocar con la mano derecha.

Según él mismo cuenta, 12 años antes tuvo un incidente que pudo ser el desencadenante. Se encontraba ensayando el concierto No. 1 de Tchaikovsky con la Filarmónica de Berlín. El instrumento en el que tocaba era tan pobre en sonido que él, enfadado, lo aporreó haciéndose un esguince en el 4° dedo. Tras el concierto se tomó unas semanas para recuperarse, pero pasado este tiempo aun le dolía.  Así que cambió las digitaciones de todas las octavas para tocarlas con los dedos 1-3, metiendo los dedos 4 y 5 en el interior de la mano. Esto le daba una fuerza extra a sus octavas, y cómo funcionaba tan bien, siguió haciéndolo de manera sistemática.

Recuerda que hasta que su problema apareció no había tenido ni el más mínimo pensamiento sobre cómo tocaba el piano. Y que solo después, analizando sus movimientos, se dio cuenta de que había estado haciendo algo raro con su mano, y durante mucho tiempo.

Al contrario que Fleisher que no habló mucho de ello, Graffman lo gritó a los cuatro vientos.

En 1981 salía un artículo en el periódico The New York Times titulado “When a Pianist’s Fingers Fail To Obey” (Cuando los dedos de un pianista dejan de obedecer). Se trataba de una entrevista en la que se describía la lesión de Graffman en detalle, con algunos datos sobre Fleisher y hablando también de los problemas sufridos por Robert  Schumann. Este fue el primer artículo escrito en una publicación general que abordaba el tema en profundidad.

Y lo que sucedió es que el mundo entero reaccionó. Toda la comunidad de músicos comenzó a hablar de ello. Y aquellos que estaban atravesando problemas similares pero manteniéndolos en secreto comenzaron a descubrir que, de hecho, estos trastornos estaban bastante extendidos.

En los años siguientes se les dio el nombre con el que se conocen hoy en día: trastornos musculo-esqueléticos o trastornos por movimientos repetitivos. Y también fueron reconocidos como enfermedades profesionales. En 1982 surgió en América la especialidad médica “Medicina de la Música”, totalmente diferenciada de la “Medicina del Deporte” o de otras formas de rehabilitación y terapia física.

A partir de ese momento ya era ampliamente aceptado el hecho de que forzar al cuerpo repetidamente a un tipo de movimientos descoordinados puede provocar una disfunción de consecuencias severas si no se pone cuidado.

En 1986 salía el primer número de la revista americana “Medical Problems of Performing Artists” abriendo con el artículo de Gary Graffman “Doctor, can you lend an ear?” (Doctor,  ¿puede prestarme atención?). En este artículo Graffman se lamenta de que en la búsqueda de una solución visitó a unos dieciocho doctores y recibió unos dieciocho diagnósticos diferentes. También expresaba su esperanza por un futuro con una mirada más abierta hacia estos trastornos.

Hoy en día existen médicos especializados que pueden tratar una lesión de forma muy eficiente para que sane lo antes posible. También existen profesores especializados que pueden reeducar los movimientos específicos requeridos para tocar el piano y que conforman una técnica saludable.

La lista de pianistas famosos que han sufrido una lesión es larga: además de Gary Graffman y Leon Fleisher están también Wanda Landowska, Artur Schnabel, Ignace Paderewski, Alexander Scriabin, Ignaz Friedman, Sergei Rachmaninoff, Clara y Robert Schumann, Glenn Gould, Michel Beroff y Richard Goode.

El mensaje de Lang Lang ha sido la excusa perfecta para hablar de todo esto.

Gracias Lang Lang, por contribuir tan abiertamente en el camino de crear conciencia y normalizar las lesiones de los músicos.

¡Mucha suerte en tu recuperación y en tu carrera!

Referencias:

Dunning, J. (1981). “When a Pianist’s Fingers Fail To Obey”. The New York Times. From: http://www.nytimes.com/1981/06/14/arts/when-a-pianist-s-fingers-fail-to-obey.html?pagewanted=all

Graffman, G. (1986). “Doctor, can you lend an ear?”. Medical Problems of Performing. Artists, 1, 3-6. From: https://www.sciandmed.com/mppa/journalviewer.aspx?issue=1153&article=1520&action=1

Mark, T. (2004). “What Every Pianist Needs To Know About The Body”. (A manual for players of keyboard instruments: piano, organ, digital keyboard, harpsichord, clavichord). Chicago, GIA Publications.

Midgette, A., Fleisher, L. (2010). “In Leon Fleisher’s book, ‘My Nine Lives,’ a pianist faces a crippling nightmare”. The Washington Post. From:  http://www.washingtonpost.com/wp-dyn/content/article/2010/11/24/AR2010112404224.html

Milanovic, T. (2011). “Healthy virtuosity with the Taubman Approach”. 10th Australasian Piano Pedagogy Conference Proceedings. From: http://www.appca.com.au/pdf/papers2011/Milanovic%202011%20APPC,%20Healthy%20Virtuosity%20with%20the%20Taubman%20Approach.pdf

Pascarelli, E., Quilter D. (1994). «Repetitive Strain Injury: A Compter User’s Guide». Wiley (February 15, 1994).

PBS NewsHour. (2011). “Piano Virtuoso Fleisher on Overcoming Disability That Nearly Silenced Career”. PBS NewsHour’s Channel. From: https://www.youtube.com/watch?v=FZLvhZvO2v4

Taylor, David A. (1999). “Paderewski’s Piano”. Smithsonian Magazine. From: http://www.smithsonianmag.com/arts-culture/paderewskis-piano-164445847/

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La escala de Do terapéutica

Quienes siguen este blog saben que yo estuve muchos años sufriendo una lesión bastante debilitante por causa del piano. El que quiera leer mi historia lo puede hacer aquí.

Se puede estar lesionado con dolor o sin dolor dependiendo del tipo de lesión. En mi caso había dolor, y era muy irritante porque era moderado pero se mantenia siempre presente. A veces, subía en intensidad dependiendo de mi nivel de estrés, de mi estado emocional o de las actividades que realizaba.

Y así estuve muchos años, sufriendo ese dolor. Aunque siendo franca, lo que más me dolía no era el cuerpo, era el no poder tocar, o no poder tocar bien por culpa de esto. Porque el dolor era tan solo el síntoma del bloqueo y la restricción del movimiento que sufría mi brazo que me impedía expresarme a través del piano. Ese era mi verdadero obstáculo. El daño no era solo físico, sino también emocional, llegando a afectar a mi sentido de identidad como músico y como persona.

Y por ello llegó un punto en que sentía miedo de sentarme al piano: el instrumento que tanto amaba pero que tanto daño me estaba causando.

Al iniciar mi reeducación con una profesora de piano especializada en el Enfoque Taubman todo comenzó a mejorar.

Enseguida vi que esta profesora (al contrario que otras personas a las que acudí) sí podría ayudarme. Parecía tener una comprensión de los movimientos aplicados al piano que a mí aún se me escapaba, pero que no había encontrado en nadie más. El poder tenerla a mi lado y seguir sus instrucciones me aportaba la sensación de seguridad que necesitaba para explorar de nuevo mis movimientos sin ese miedo a hacerme daño.

Las primeras clases fueron muy reveladoras ya que en el rato que pasaba bajo su guía no solía tener molestias. De hecho no sentía nada. Era extraño. A ver, me explico: el dolor no se iba definitivamente, pero durante sus clases no sentía nada “más” al tocar. Una ausencia de “lo físico” que acompañaba mi forma de sentir el piano al tocar. En realidad era como tocar sin llevar un gran peso encima. La sensación de no tener sensación de la que habla Therese Milanovic en este artículo contando su propia experiencia. Esto me hace pensar que de algún modo yo era adicta a la tensión física al tocar, como modo de sentirme a mí misma tocando, y que por eso es tan difícil salir de ahí.

En el Enfoque Taubman se enseñan los movimientos necesarios para tocar el piano usando como modelo la escala de do mayor. Esto se hace tan solo al principio, ya que se pasa lo antes posible a aplicar estos movimientos a las obras del repertorio. Pero siempre se vuelve a la escala una y otra vez como referencia para entender los movimientos. Y es un modelo muy bueno ya que al estar compuesta únicamente por teclas blancas se ven muy claramente todos los defectos y problemas de la técnica. Y por lo mismo, al aprender a tocarla bien se van resolviendo todos esos problemas.

Se aprenden los movimientos de rotación, los movimientos de cajón (de entrada y salida del brazo) y los gestos en arco. Todo se entreteje de modo que cada movimiento ayuda a coordinar mejor todos los demás.

escala de doSi pensamos en planos de movimiento podríamos decir que con los movimientos de rotación uno aprende a moverse en el teclado en el plano frontal (de izquierda a derecha y viceversa), con los movimientos de cajón se añade el plano transversal (la profundidad de adelante a atrás y viceversa) y con los gestos en arco se añade el plano sagital (de arriba a abajo y viceversa). La combinación de todos estos elementos conforma un modelo de “escala tridimensional” que proporciona todos los grados de libertad de movimiento.

Como mi manera de moverme estaba muy restringida, debido a la lesión y a la tensión que arrastraba, aprender correctamente todos los movimientos fue un proceso largo y laborioso.

En cualquier caso yo seguí estudiando con mi capacidad y a mi ritmo y poco a poco encontré espacios en los que el dolor se suavizaba, en los que yo me encontraba más suelta. Con el tiempo se hizo más claro que había momentos en los que me encontraba completamente libre de dolor, a veces por unos minutos, a veces por unas horas. Aunque luego volvía y me hacía perder la esperanza en recuperarme (justo cuando estaba mejorando de verdad).

En este punto quiero enfatizar lo tonto que fue añadir ese sufrimiento innecesario a mi recuperación.

Por aquel entonces no lo vivía como un proceso formado por altibajos. Estaba tan identificada con cada uno de los estados que atravesaba que vivía como en una montaña rusa. Cuando me dolía me sentía abatida y cuando desaparecía el dolor me animaba y recuperaba la ilusión. Pensaba que un día mi problema se solucionaría con una especie de  “clic”. Y lo esperaba con ansia.

Fue todo un aprendizaje relajarme en el proceso y aceptar esa montaña rusa de dolor y alivio tal y como venía.

Y bueno, en medio de eso yo seguía trabajando.

Pasado un tiempo lo que había aprendido se iba consolidando y la correcta coordinación ya no me resultaba tan extraña (curiosamente lo natural puede resultar extraño y lo incorrecto puede resultar natural; lo que M. Alexander llama “la percepción sensorial errónea”; de lo cual quiero escribir en otra ocasión).

Así fue como me di cuenta de que la escala de do que mi profesora me había enseñado, aunque estaba lejos aún de salirme perfectamente, tenía efectos terapéuticos:

Recuerdo un día en que, después de haber pasado dos semanas con un dolor y tensión continuas que cobraban intensidad de nuevo, tenía una clase de piano con mi profesora. Además era una clase por videoconferencia. Me senté ante el piano y con el ordenador delante le explique cómo me sentía: que había estado tocando, estudiando, y tratando de desembarazarme del dolor de diversas maneras, también con relajación, ejercicios, pero sin éxito.  Ella me fue guiando una vez más por esos movimientos de la escala y yo me dejaba guiar. Y al final de la clase ya no sentía ningún dolor.

Y ese fue el día que me di cuenta de los efectos terapéuticos de los movimientos de la escala de do. De que el movimiento correcto y coordinado tiene ese efecto. Cada vez que volvía el dolor yo entraba como en un círculo vicioso. Eran el conjunto de todos los hábitos que me habían conducido a la lesión tirando de mí otra vez: tensión, dolor, bloqueo, falta de espacio para pensar y para moverme, etc. Pero practicar la escala era la manera de salir de ese círculo.

Desde entonces cada vez que volvía el dolor era más fácil para mí salir del círculo, y cada vez era más duradero. Y llegó el día en que no recordaba cuando fue la última vez que me dolió. Y así me curé.

¡Para que luego digan que estudiar escalas no aporta beneficios!

Foto de portada: Hillary Boles