Las causas de mi lesión en el piano
Perder mi habilidad para tocar el piano después de años estudiándolo fue una de las experiencias más devastadoras que he experimentado. Cualquier músico puede entender todo lo que está en juego. La vida entera gira en torno a esta identidad.
Mi gran obstáculo se manifestó en forma de lesión por estrés repetitivo.
Recuerdo estar estudiando el grado superior de piano y no dar más de mí. Estudiar y estudiar… y estudiar y no llegar a ningún lado. Y eso fue solo el principio, luego apareció el dolor en el hombro, las sensaciones desagradables al tocar, y una serie de movimientos involuntarios que me hacían sentir una gran debilidad en los dedos. Parecía un rompecabezas imposible de resolver.
Grabé un corto video para dejar constancia de que me estaba pasando algo incomprensible. Pensaba que era distonía porque había oído hablar de ello, pese a que no tenía francamente ni idea de qué se trataba.
Me sentía completamente perdida en el interior de un laberinto, pero ¿cómo había llegado hasta allí?
Quiero explicar brevemente que hay lesiones simples y otras más complejas.
Hay pianistas que se lesionan porque hay una o dos cosas de su técnica que no funcionan bien y eso enturbia toda su forma de tocar. Esto serían las lesiones simples. Dorothy Taubman, al parecer era muy buena diagnosticando esas cosas que no funcionaban y ayudando a pianistas a recuperarse de una lesión, a veces en cuestión de minutos.
Me recuerda al cuento de la caldera estropeada. «Llega el técnico que la mira un rato y luego con un martillo le da a una pieza, Pum! y se arregla. Cuando va a cobrar el dueño le dice, ¿pero cómo?, ¿100 euros por un martillazo?, así que el técnico le desglosa la factura: por el martillazo 0,1€, por saber dónde golpear 99,9€«. Pues por lo que cuenta la gente y por lo que se ve en el documental Choreography of the Hands, Dorothy Taubman sabía dónde golpear. Pero eso solo sucede con los casos simples, en los que una cosa o dos no funcionan bien pero todo lo demás sí.
Mi caso no era para nada simple. Mi lesión consistía en capas y capas de compensaciones, y problemas asociados a otros problemas. Algunos de origen muy antiguo. ¿Cómo pude enredarme tanto y no darme ni cuenta?
Con la perspectiva que da el tiempo y todo lo que he aprendido en el camino de mi recuperación (y algo de trabajo interior), yo ya tengo mis respuestas. Hacer el camino en sentido contrario me ha ayudado mucho a comprender lo que falló. Soy una persona muy mental y necesito comprender para estar en paz con las circunstancias.
Toda causa tiene un efecto, lo mismo que no hay efecto sin causa. Es importante que los profesores en nuestra labor pedagógica no olvidemos esto. De ahí sale la paciencia, cuando sabemos que estamos sembrando semillas que con el tiempo pueden germinar (aunque no lo lleguemos a ver). También la capacidad de diagnóstico y resolución de problemas que surge de esa visión amplia y unificadora. Pero, también de ahí sale un importante grado de responsabilidad, al asumir tanto nuestros logros como las consecuencias de nuestros errores o pasos en falso en nuestra enseñanza.
Y volviendo a mi historia, cuando aún era una niña y estaba cursando los primeros años de piano, recuerdo perfectamente que tocar el piano estaba ligado a una sensación física (táctil) muy agradable (de hecho, ese recuerdo fue mi única luz durante los momentos más bajos de mi lesión). También recuerdo que esa sensación tan agradable al descender las teclas me hacía sentir conectada con el sonido. Lamentablemente todo eso no duro mucho tiempo.
Mi profesora de piano siempre me estaba regañando por levantar los hombros al tocar, especialmente el hombro derecho, lo cual sucedía de manera involuntaria e inconsciente por mi parte. Solo me daba cuenta del hombro arriba cuando ella me lo decía, porque mi atención estaba en la música no en mi cuerpo. Esto me creaba mucha frustración.
Lo curioso es que ahora sé, gracias a todo lo que he aprendido después, que mi hombro se levantaba precisamente como compensación por la falta de soporte del brazo (en este artículo hablo de las compensaciones y la altura adecuada para tocar). Mi brazo carecía de soporte porque ella me hacía sentar muy baja para tocar, con el pretexto de que era mejor para sentir el peso. El peso del brazo es un concepto que ella nunca me explicó pero del que hablaba a menudo. Esa «misteriosa noción del peso» que me acompañó por muchos años.
Y bueno, un día paso algo que lo cambió todo.
No creo que ese día mi profesora se levantara pensando, voy a arruinar la vida de esta niña, sin embargo así fue. Y por ello, repito que es muy importante que los profesores tengamos una conciencia muy despierta de nuestra responsabilidad pedagógica.
Estaba con mi profesora y otros compañeros probando el piano antes de un recital de alumnos. Cuando llegó mi turno mi hombro volvió a hacer de las suyas y ella se enfadó muchísimo. Me dijo: “Si esto vuelve a pasarte una sola vez durante el recital, me levantaré yo misma a bajarte el hombro en el escenario y te avergonzare delante de todo el público”. Dicho así no parece tan grave. Posiblemente no lo decía en serio, pero estaba enfadada conmigo por un gesto que yo no tenía recursos para controlar. Yo era una niña muy sensible y a mí no se me olvida su tono de voz, ni su cara al decírmelo.
Mi hombro no se volvió a mover. Pero ni ese día ni en los años sucesivos. Se convirtió en un hombro petrificado. Y fue el origen de todos los demás problemas y compensaciones que me llevaron un día hasta el punto de no poder tocar más.
La rigidez y el dolor, que se manifestaron en mi hombro años más tarde, han sido mi problema más terco y recurrente. Un problema verdaderamente muy difícil de solucionar. En algunos momentos llego a parecerme insoportable. Fue el último síntoma en desaparecer durante los años de mi reeducación. Aún a día de hoy en momentos de estrés mi hombro me recuerda que no es tan libre como yo quisiera, y sigue necesitando mucha atención y paciencia por mi parte.
Pero no es el único problema que complicó mi lesión. Había más.
Al haber aprendido a tocar con el asiento bajo, mis dedos tenían una fuerte tendencia a encorvarse para poder sentirme de algún modo “agarrada” al teclado como compensación debido a la falta de soporte del brazo.
Esta misma profesora también me alababa por tener un espacio interdigital bastante amplio entre los dedos 4° y 5° debido a la morfología de mis manos. Ella pensaba que esto era algo muy bueno para tocar el piano. Eso hizo que yo de forma deliberada promoviera esta separación entre los dedos dejando el quinto dedo completamente aislado de la mano en la organización del movimiento. Esto creó un desequilibrio y dió pie a la formación de otros problemas mayores de los que hablo a continuación.
Algunos años después yo ya había perdido esa naturalidad inicial y esa conexión física con el sonido, pero lo compensaba con otras cosas. Hubo otro momento que ahora veo como un escalón hacia abajo en el que perdí sensibilidad y destreza en mi mano derecha. Fue con un estudio de octavas en legato para la mano derecha de Bertini, el número 9 del Op. 29.
Estaba con otra profesora distinta a la de mis primeros años, que me dejaba mucha libertad para tomar la iniciativa. Fui yo quien eligió ese estudio y me empeñé en tocarlo con el 4 y 5, como figuraba escrito en la digitación. Aunque he de decir que mi profesora me dió también la otra opción de usar únicamente el 5° dedo en todas las octavas. Recuerdo que cuando lo estudiaba sentía que estaba forzando mi mano pero no le hacía mucho caso a esa sensación. Lo interpretaba como una buena señal de que estaba progresando. A eso me refiero cuando digo que había perdido la naturalidad y estaba desconectada de mi cuerpo.
Para una mano de mujer de tamaño medio tocar octavas con el 1 y 4 se traduce en un estiramiento excesivo de la apertura de los dedos. Además, esto promueve un movimiento muy perjudicial que es la desviación cubital de la mano, o desviación hacia el quinto dedo. En este artículo trato el tema con mayor profundidad.
Mi mano es algo más grande que la media, sin embargo, recordemos que tenía un amplio espacio interdigital entre el 4° y 5° dedos y el desequilibrio del quinto dedo que he mencionado antes. Por ello tocar octavas con el 1 y 4 resultó especialmente dañino para mí. Al pasar de una octava con 1-5 a una octava con 1-4 tenía que desviar la mano, incluso cuando la segunda octava era en teclas negras.
Esa forma de tocar las octavas pasó a formar parte de mi repertorio de movimientos y poco a poco, con los años, mi mano perdió su alineamiento correcto. El alineamiento correcto de la mano es un asunto muy complejo. No se trata tanto del ángulo que la mano forma con el antebrazo, (aunque también es importante), sino, sobre todo, de la organización interna del movimiento. Para simplificar diré que cuando los movimientos del antebrazo y la mano son saludables los movimientos de rotación se organizan alrededor del cubito (el lado externo del antebrazo). Cuando son descoordinados, el movimiento se organiza alrededor del radio (el lado del pulgar).
Para entenderlo mejor, se puede imaginar que en un movimiento descoordinado la mano se movería como si el pulgar fuera empujado hacia delante y como si un hilo tirara de él (produciendo además la característica desviación cubital). Da una sensación subjetiva de torpeza y dificultad. En un movimiento coordinado todo se mueve en unidad y da sensación de facilidad.
Después de aprenderme ese estudio de las octavas yo me volví ligeramente más torpe. Con el tiempo esa torpeza se fue incrementando sustancialmente. Otra consecuencia más de tener un alineamiento incorrecto y una mala organización del movimiento del lado del pulgar es que los dedos 4 y 5 se sienten débiles. Así que en lugar de ganar en solidez y destreza, cada vez tenía que estudiar más para obtener buenos resultados.
El último factor que he podido identificar en la formación de mi complicada lesión es la presión excesiva en el fondo de la tecla. Es un tipo de presión que suele estar asociada a la musicalidad. De modo que cuando se lleva a cabo una reeducación y ésta presión se normaliza se pierde temporalmente la capacidad de ser expresivo en el piano. Esto la vuelve de naturaleza ‘adictiva”. En mi recuperación, cada vez que quería tocar de manera musical y expresiva, volvía a caer una y otra vez en este mal hábito. Hasta que poco a poco volví a reconectar la sensación de hacer musical con el sonido únicamente, en lugar de con la sensación corporal y táctil.
Esa excesiva presión en el fondo de la tecla vino acentuada por mi tercer profesor. También él me hablaba mucho del misterioso peso. La relación que he tenido con el concepto de “peso” a lo largo de mi aprendizaje se puede describir como «obscurantismo pedagógico«. Al menos este profesor que tanto me hablaba del peso, me confesaba muy abiertamente que ni él mismo después de muchos años había logrado saber lo que era, ni cómo explicarlo. Pero me aconsejó un ejercicio en el que, pulsando cada dedo, tenía que dejar el brazo completamente muerto colgando del dedo bien firme y haciendo que saliera mucho cada nudillo hacia afuera.
Neil Stannard en su libro Piano Technique Demystified explica que durante sus estudios escapó de milagro de estar lesionado. Como estudiar le hacía tocar peor, durante su práctica simplemente estudiaba poco y tocaba mucho. Yo no era de ese tipo. En mi caso, yo sentía que cierto tipo de ejercicios como el que he explicado me hacían tocar peor, pero continuaba haciéndolos porque me fiaba completamente de mis profesores. Hacia lo que me decían al pie de la letra. Ese ejercicio en concreto me causó mucho perjuicio.
Esta era mi posición al piano en un momento dado:
Salir de una lesión por medio de la reeducación no es más complejo por tener una lesión compleja como la mía. Solo es más laborioso. La solución es la misma que para aquellos con problemas más simples. Basta con aplicar los principios del movimiento coordinado. Como decía Dorothy Taubman:
Con cada nuevo estudiante hay nuevos problemas. La variable en la diversidad de coordinaciones es tan inmensa que no hay dos problemas idénticos. Y aun así, los principios básicos son idénticos para todos. Y eso es como una guía que nos dice en qué dirección trabajar.
Y así es como fui saliendo. No fue fácil, pero fue muy estimulante por las perspectivas de aprendizaje que me brindaba. A día de hoy me siento agradecida de haber pasado por esta experiencia. Los conocimientos que he adquirido por el camino me permiten ayudar a mis alumnos con una precisión y lucidez que antes no podía ni soñar, y eso trae mucha satisfacción a mi vida.
No guardo rencor a mis profesores. Estoy convencida de que todos obraban buscando lo mejor para mí. Pero precisamente tomar consciencia de esto, de que incluso la mejor intención no basta, me hace ver que es necesario tener un conocimiento sólido de la técnica y basado en principios anatómicos y biomecánicos, no únicamente en la tradición o en la intuición. Este conocimiento es importante, no solamente para resolver problemas técnicos, sino también para prevenirlos, y por supuesto (ojalá no tuviera que decir esto) para no causarlos.